Entre los géneros clásicos del cine de Hollywood, ninguno es más polémico que el musical. No porque despierte encedidas defensas y desaforados enconos, sino porque se lo considera, sin más, algo -usemos un término por suerte en desuso- “pasatista”. Una pompa de jabón que provee una felicidad instantánea y nada más. Sin embargo, basta con revisar cuatro obras maestras y centrales del género para comprender que siempre fue algo más: la reivindicación del gran espectáculo, de la fantasía desatada, como una forma de conocimiento.